En la península del Sinaí, en la “tierra de la luna”
Viajes - Visitas a Lugares

En la península del Sinaí, en la “tierra de la luna”, la historia sagrada y la naturaleza se percibe con intensidad y pasión. Los peregrinos se emocionan en el Convento de Santa Catalina y en la cumbre del Monte Sinaí; y los amantes de la naturaleza disfrutan del desierto y del buceo en el Mar Rojo. Un mundo de contrastes y sensaciones. 


En la cumbre del Monte Sinaí (en árabe Jabal Musa “Montaña de Moisés”) a 2244 msnm, espero con impaciencia la salida del sol. A las cinco de la madrugada el cielo se ilumina de suaves transparencias y las montañas a nuestro alrededor, Santa Catalina, Serbal, Santa Ciencia... perfilan sus imponentes siluetas. 


En esta atalaya, suspendida entre la tierra y el cielo, e inmersos en un silencio místico se agolpan cientos de peregrinos procedentes de todas partes del mundo. La emoción se desborda cuando el astro rey inicia su majestuosa ascensión. El aliento de la eternidad une lo divino y lo humano. En unos instantes mágicos estos parajes desérticos brillan legendarios y sagrados: “Y bajó el Señor al Monte Sinaí en la cumbre de la montaña; y llamó el Señor a Moisés (Éxodos 19, 20)... y dio a Moisés dos tablas de piedra escritas con el dedo de Dios (Éxodos 31, 18) 


En las cercanías de la pequeña capilla de Santa Trinidad (también existe un templo musulmán) las manifestaciones de fe y alegría se suceden con gran espontaneidad. Un grupo de japoneses celebra la eucaristía, los colombianos cantan por la paz... Con el pensamiento puesto en los monjes que poblaron esta inhóspita región y en compañía del Padre Waly inicio el descenso, en esta ocasión por la escalinata, hacia el histórico Convento de Santa Catalina. 


Atrás queda mi camello, el que utilicé en una jornada memorable -de noche y con luna llena- para subir hasta el borde del cielo. El calor, el cansancio y los tres mil setecientos escalones que he de recorrer hasta el convento me hace dudar de mi elección y de la conveniencia de dejar mi preciado transporte. Felizmente el esfuerzo se ve compensado con unas vistas espectaculares... ¡del Sinaí al cielo!


En las laderas rocosas y ásperas del Monte Horeb, a 1570 metros de altura, se alza imponente el Monasterio de Santa Catalina. Debe su nombre a una mártir cristiana que vivió en Alejandría en el siglo IV y que recriminó al emperador romano Majencio (reinado 306-312) la persecución de los cristianos. 


La vida monástica en el desierto del Sinaí se inicia a mediados del siglo III d.C., anacoretas cristianos se instalan, entre otras montañas, en las laderas del Sinaí y en el pequeño oasis de Farán (actual huerto de los monjes) dedicándose a la contemplación y a la penitencia. En los siglos IV y V, los religiosos  sufren terribles agresiones por parte de los invasores bárbaros, especialmente de los Blemies de África, que en honor a sus dioses degollaban camellos y... monjes cristianos. Los martirios a que fueron sometidos los Santos Padres del Sinaí no impidieron que el número de anacoretas fuera en aumento y que muy pronto la fama de muchos de ellos se extendiera por Oriente y Occidente. 


Desde España, la noble Eteria en compañía de varios clérigos (372-374) peregrina al Sinaí. En su manuscrito (descubierto en 1884) nos relata sus impresiones sobre la vida de los religiosos y describe las edificaciones existentes “Fue necesario avanzar hasta el fondo del valle, porque allí se encontraban muchas celdas de eremitas y un templo en el lugar de la Zarza” 


En el año 557 el emperador bizantino Justiniano y a solicitud de los sinaitas, ordena edificar una majestuosa iglesia y una poderosa muralla de granito para proteger la vida de los monjes. En el interior de la “fortaleza” (la diócesis y monasterio griego ortodoxo en activo más pequeño del mundo) sorprende la Zarza sagrada que a pesar de los siglos se muestra espléndida “quien se le apareció en medio de una zarza que ardía sin consumirse... y le llamó la voz del Señor desde la zarza diciéndole... Moisés, Moisés, descálzate pues este lugar que pisas es sagrado... Yo soy el Dios de tu padre, el Dios de Abrahán y el Dios de Isaac y el Dios de Jacobo (Éxodos 3, 1-6) 


Dos edificaciones contiguas captan mi atención, el campanario de la iglesia (construida en 1871) con nueve campanas donadas por los Zares de Rusia y el minarete de la mezquita, una magnífica muestra de convivencia y respeto entre cristianos y musulmanes. La biblioteca del Monasterio contiene más de cuatro mil manuscritos y unos cinco mil libros. Entre estos valiosos documentos se descubrió en 1844 el Código Sinaítico, uno de los pocos manuscritos existentes de la Biblia que data del siglo IV (actualmente en el Museo Británico). 


Así mismo, posee una de las colecciones de iconos más importantes del mundo, más de dos mil de diversos tamaños y estilos realizados entre los siglos VI y XIX (encáusticos, griegos, georgianos, sirios, cópticos, bizantinos...) Se pueden contemplar, con ciertas restricciones, en la Pinacoteca, en su hermosa iglesia de estilo bizantino y en otras dependencias del monasterio. 


Un recorrido inolvidable por la historia y el arte sagrado.