Los Bazares de la desmemoria Imprimir
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Por Flavio Cosío


 Se encuentran en los bazares del olvido, en las esquinas recónditas de la desmemoria. Pueden permanecer sigilosos durante siglos en los baúles de un chamarilero; quizá estén escondidos en Estambul, Sarajevo, Oporto, Nápoles, Kruja o Sayda. En cada uno de estos lugares y en cada uno de aquellos mercados sin memoria, yacen objetos dormidos que recuerdan vidas perdidas, alegrías pasadas, silencios complejos; solamente si la interpretación es lúcida, si la mirada es inteligente, nos susurrarán terribles certezas, inherentes verdades: un cuento de Blancanieves, una carta de amor, un falso denario, una vieja polvera con restos de carmín, un ajado tebeo, una foto familiar en un día de campo, una bala fallida que nunca dio en el blanco.


Objetos que aún están vinculados a personas que no saben de su existencia, como esa bala errática que no mató a alguien y cambio el destino de otro; azares aparentemente inconexos que callan latentes en el alma de las cosas; viejos cachivaches que si aguzamos el oído, escucharemos su silencio y nos hablarán del gran secreto que entrañan.


A través de ellos sentiremos la alegría y la falsa ilusión de rescatarlos, de creer que los poseemos, de insuflarles vida; pero también serán paradigma de tristeza, el susurro doliente de un mal augurio. Luego viajarán en avión a lugares en los que nadie pensó que viajarían, pues nadie piensa en la inanimada vida de los objetos; se asentarán sobre la repisa de una biblioteca o yacerán bajo el cristal de una mesa, volviendo a ser sigilosos y pasivos, esperando pacientemente una nueva supervivencia, un nuevo destino, un nuevo dueño.