Rita, la "freelance" de Phnom Pehn.
Viajes - Visitas a Lugares


Rita se sienta a mi lado y pide una cerveza. Lo hace cruzando las piernas, acompasada por un gesto de mansa agresividad. Tiene ojos rasgados de tono melífero y un pelo lacio que resalta sus asiáticas facciones.


El rostro es joven, pero muestra los signos de una belleza a punto de ajarse; como si de un momento a otro, su rostro simétrico fuera a tornarse una máscara dolorosa, una flor marchita. Me afronta con seguridad, invitándome a conocer su misterio. Un rato antes la he observado moverse entre hombres que dirigían la mirada al límite de su falda y pasaban la mano de forma gratuita por sus caderas.


Rita es joven, de apenas veintitantos años. Sus ojos, adiestrados y abiertos por algo más que el alcohol, buscan embaucarme. Pregunta si quiero pasarlo bien con ella y susurra una cifra. Arguyo que no me interesa el precio, solamente su conversación, y si acepta, la cerveza corre de mi cuenta. Sonríe burlona y hastiada. Me cuenta que es "freelance", eso quiere decir que tiene un trabajo (o no) y por las noches frecuenta una serie de locales para turistas, donde éstos, absorbidos por su figura indochina, aflojan sus bolsillos y lo que haga falta a cambio de sus dotes amatorias.


Es su forma de sobrevivir y sacarse un extra en un país complejo como Camboya y en una ciudad repleta de turistas que buscan precisamente eso. Rita toma de nuevo la botella y la acerca a sus finos labios. Pregunto por su vida, pero escapa; vuelvo a intentarlo y rehúye. Pido otra cerveza mientras admiro esa figura: esbeltas piernas cruzadas y unos bellos pies con las uñas cuidadosamente pintadas dentro de unas sandalias de tacón; observo como uno de los tirantes de la camisa está apunto de caer, bastaría con un ligero movimiento. Vuelvo a observar su rostro y su aniñada belleza y encuentro un abismo confuso y oscuro.


Los hombres revolotean por la barra y no apartan la mirada de ella. Se queda conmigo, eso es todo, no sé si me considera mejor presa o es soy el único que mantiene cierta distancia y justo respeto. Rita se levanta y con ella su menudez. Vamos, sugiere. Digo que no. ¿Eres estúpido?, olvida el dinero, sentencia con rotundidad. Entonces veo como Rita se marcha hacia la puerta y me lanza una última mirada de reclamo, después la puerta se cierra y ella desaparece. Nunca sabré su verdadero nombre y si realmente no quería cobrarme, pero hay precios que es mejor no pagar y nombres que son mejor no tener que olvidar.